Nuevo trono en África para una pequeña princesa
Un estadounidense crea su Reino entre Egipto y Sudán para cumplir el sueño de su hija
Ni el gobierno de El Cairo ni el de Jartum reclaman la soberanía sobre el área de Bir Tawil
Emily, de siete años, hija de Jeremiah Heaton, en Abingdon (Virginia) junto a la bandera de Sudán del Norte. Afp
Esta historia llevará a más de uno a reafirmarse en el daño que han provocado en las mentalidades los cuentos de Walt Disney. Pero muchos otros celebrarán que en pleno siglo XXI haya personas con un espíritu aventurero más propio del XIX. El caso es que Jeremiah Heaton, un estadounidense de Virginia de 38 años, acaba de proclamar el Reino de Sudán del Norte. Y lo ha hecho para cumplir el deseo de su hijita Emily, de siete años, que hace unos meses le preguntó, con la insistencia propia de tantos niños pequeños tiranos, si ella podía ser una princesa. Heaton, que ha declarado en más de una entrevista su incapacidad para negarle nada a su hija menor, no dudó en ponerse manos a la obra para convertirla en infanta. Y no se conformó con ponerle una coronita de cartón, como habría hecho la mayoría de los padres, sino que llevó el plan mucho más lejos: hasta dar con Bir Tawil, un territorio que, aunque parezca mentira, no pertenece a ninguno de los 200 estados que hay en la Tierra, y que él ha convertido en su reino.
Situado entre la frontera de Egipto y Sudán, como se puede apreciar en el gráfico, Bir Tawil es un terreno desértico de 2.060 kilómetros cuadrados, sin habitantes ni infraestructura de ningún tipo que desde hace más de 100 años ha permanecido en el limbo, sin que nadie lo reclamara. De hecho, las dos potencias que podrían disputarse el terruño, Egipto y Sudán, estarían encantadas de que uno de ellos decidiera reivindicar su soberanía, porque por un intrincado problema legal que remite a 1899 y a 1902, fechas en las que se redactaron sendos tratados sobre los límites fronterizos de ambos países -entonces uno solo, bajo la égida del Imperio británico-, el reconocimiento de Bir Tawil conferiría automáticamente al vecino el control de una zona en disputa a orillas del Mar Rojo, el área de Hala'ib. Y es esta área la que de verdad les interesa tanto a El Cairo como a Jartum, porque tiene petróleo. En cambio, el árido pedral de Bir Tawil, donde no crecen ni los cactus, no le importa un comino a nadie.
Bueno, hasta hoy, porque como decimos Jeremiah Heaton ya ha clavado su bandera y ha convertido el territorio en el Reino de Sudán del Norte, para que algún día su hija Emily pueda sentarse en el trono, y quién sabe si celebrar una boda por todo lo alto a la que acudan como invitados reyes y reinas de todo el orbe.
Heaton, dueño de una empresa de seguridad en minas, se pasó horas y horas navegando en internet hasta que dio con este lugar, uno de los escasísimos terra nullius que quedan en el planeta, es decir, territorios no reclamados por ningún Estado. Y, cual aventurero colonizador del siglo XIX, no ha dudado en conquistarlo. El pasado junio, Heaton se plantó en Egipto, y no paró hasta que las autoridades le dieron permiso para adentrarse unas horas en Bir Tawil -permiso necesario porque sólo se puede acceder, claro, a través de la frontera egipcia o de la sudanesa-. Una vez en medio de su desértico reino, al que tuvo que llegar con un GPS que le confirmó que ya no pisaba territorio de los antiguos faraones, colocó la bandera que él mismo ha diseñado. Con fondo azul pavo -un color, por cierto, muy monárquico-, tiene cuatro estrellas -la superior representa a su mujer y las otras tres, a sus tres hijos- y una corona central, con la que en un ejercicio de gran onanismo se representa a sí mismo.
La historia ha otorgado una gran popularidad a la nueva familia real Heaton, que no deja de salir en los medios de medio mundo. Pero, más allá de los tintes freakys de la historia, hay argumentos para plantear la viabilidad jurídica de la pretensión de este monarca. Si nos atenemos a las viejas reglas del Derecho Internacional, para que Heaton pueda reclamar la soberanía sobre Bir Tawil no basta con que haya plantado la bandera. Son imprescindibles otros requisitos. Primero, probar que el territorio no ha sido reclamado por ningún Estado; algo que se da por bueno. Segundo, que Heaton y su familia ocupen efectivamente el territorio, lo que implicaría asentarse en él de manera permanente. A este respecto, el padre de familia ha declarado que ahora mismo es imposible mudarse, por falta de infraestructuras, pero ya busca fondos económicos para poder realizar alguna obra de ingeniería básica. Y, tercero, Heaton debe lograr que su Reino sea reconocido por sus vecinos y por la ONU. Y todo hace indicar que no será tan fácil que egipcios y sudaneses establezcan un tratado de amistad con un nuevo inquilino en la región.
Aunque tal vez les convenza el loable propósito de Heaton, que quiere transformar el trozo de desierto en un vergel, y conseguir que las técnicas agrarias más avanzadas, ya aplicadas con éxito en países como Israel, permitan lograr abundantes cosechas como para distribuir alimentos a países cercanos de África famosos por sus hambrunas. Una pretensión casi tan quimérica como que la reina Isabel de Inglaterra invite a a este inédito rey a tomar el té, como a un igual. Aunque, vaya usted a saber...
Situado entre la frontera de Egipto y Sudán, como se puede apreciar en el gráfico, Bir Tawil es un terreno desértico de 2.060 kilómetros cuadrados, sin habitantes ni infraestructura de ningún tipo que desde hace más de 100 años ha permanecido en el limbo, sin que nadie lo reclamara. De hecho, las dos potencias que podrían disputarse el terruño, Egipto y Sudán, estarían encantadas de que uno de ellos decidiera reivindicar su soberanía, porque por un intrincado problema legal que remite a 1899 y a 1902, fechas en las que se redactaron sendos tratados sobre los límites fronterizos de ambos países -entonces uno solo, bajo la égida del Imperio británico-, el reconocimiento de Bir Tawil conferiría automáticamente al vecino el control de una zona en disputa a orillas del Mar Rojo, el área de Hala'ib. Y es esta área la que de verdad les interesa tanto a El Cairo como a Jartum, porque tiene petróleo. En cambio, el árido pedral de Bir Tawil, donde no crecen ni los cactus, no le importa un comino a nadie.
Bueno, hasta hoy, porque como decimos Jeremiah Heaton ya ha clavado su bandera y ha convertido el territorio en el Reino de Sudán del Norte, para que algún día su hija Emily pueda sentarse en el trono, y quién sabe si celebrar una boda por todo lo alto a la que acudan como invitados reyes y reinas de todo el orbe.
Heaton, dueño de una empresa de seguridad en minas, se pasó horas y horas navegando en internet hasta que dio con este lugar, uno de los escasísimos terra nullius que quedan en el planeta, es decir, territorios no reclamados por ningún Estado. Y, cual aventurero colonizador del siglo XIX, no ha dudado en conquistarlo. El pasado junio, Heaton se plantó en Egipto, y no paró hasta que las autoridades le dieron permiso para adentrarse unas horas en Bir Tawil -permiso necesario porque sólo se puede acceder, claro, a través de la frontera egipcia o de la sudanesa-. Una vez en medio de su desértico reino, al que tuvo que llegar con un GPS que le confirmó que ya no pisaba territorio de los antiguos faraones, colocó la bandera que él mismo ha diseñado. Con fondo azul pavo -un color, por cierto, muy monárquico-, tiene cuatro estrellas -la superior representa a su mujer y las otras tres, a sus tres hijos- y una corona central, con la que en un ejercicio de gran onanismo se representa a sí mismo.
La historia ha otorgado una gran popularidad a la nueva familia real Heaton, que no deja de salir en los medios de medio mundo. Pero, más allá de los tintes freakys de la historia, hay argumentos para plantear la viabilidad jurídica de la pretensión de este monarca. Si nos atenemos a las viejas reglas del Derecho Internacional, para que Heaton pueda reclamar la soberanía sobre Bir Tawil no basta con que haya plantado la bandera. Son imprescindibles otros requisitos. Primero, probar que el territorio no ha sido reclamado por ningún Estado; algo que se da por bueno. Segundo, que Heaton y su familia ocupen efectivamente el territorio, lo que implicaría asentarse en él de manera permanente. A este respecto, el padre de familia ha declarado que ahora mismo es imposible mudarse, por falta de infraestructuras, pero ya busca fondos económicos para poder realizar alguna obra de ingeniería básica. Y, tercero, Heaton debe lograr que su Reino sea reconocido por sus vecinos y por la ONU. Y todo hace indicar que no será tan fácil que egipcios y sudaneses establezcan un tratado de amistad con un nuevo inquilino en la región.
Aunque tal vez les convenza el loable propósito de Heaton, que quiere transformar el trozo de desierto en un vergel, y conseguir que las técnicas agrarias más avanzadas, ya aplicadas con éxito en países como Israel, permitan lograr abundantes cosechas como para distribuir alimentos a países cercanos de África famosos por sus hambrunas. Una pretensión casi tan quimérica como que la reina Isabel de Inglaterra invite a a este inédito rey a tomar el té, como a un igual. Aunque, vaya usted a saber...
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