Lejos de los shoppings y las grandes cadenas de supermercados existe una forma de comercio casi desconocida para muchos argentinos. Se trata de un movimiento que cree que una economía social es posible y apela al consumo responsable de aquellos que eligen comprar bienes de productores que reciben un pago "justo" para un desarrollo sostenible.
El comercio justo es una alternativa de intercambio que nació en la década del 50 en los Estados Unidos para terminar con las injusticias del intercambio convencional, al plantear que se aprovecha de los pequeños productores, ofreciéndoles malas condiciones comerciales, para maximizar sus ganancias. Así, esta forma diferente de comprar se compromete, a través del diálogo, a la transparencia y el respeto, a alcanzar un trato igualitario entre el productor y el consumidor, atendiendo valores éticos que abarcan también aspectos sociales y ambientales.En la práctica, las instituciones que lo realizan deben cumplir con 10 principios que hacen referencia a reducir la pobreza mediante una relación comercial a largo plazo; garantizar que no haya trabajo infantil o forzoso, ni discriminación; respetar los derechos humanos, la equidad de género y la libertad de asociación, y promover el cuidado al medio ambiente y la elaboración de productos de calidad.
El comercio justo nació con la intención de que los países más ricos brinden ayuda económica a los más pobres, aunque en la Argentina el movimiento está cobrando fuerza internamente. Muchas organizaciones aplican estos principios al vender productos realizados por comunidades aborígenes del país, artesanos del interior o pequeños productores de yerba, frutas, miel y verduras, entre otros.
Para que el consumidor pueda distinguir aquellos productos de comercio justo existen certificaciones internacionales que dan garantía de ello. "Las más reconocidas a nivel mundial son Fairtrade, principalmente para alimentos, y la de la Organización Mundial de Comercio Justo, para artesanías. En la Argentina tenemos alrededor de 20 empresas certificadas, pero existe un universo de productores y compañías mucho mayor que adoptan esta filosofía, sin estar bajo ningún paraguas de certificación", explica Mariano Salerno, uno de los fundadores de Achalay Sustentable, firma que trabaja con productores de bienes artesanales y orgánicos bajo reglas "justas".
Para Julie Francoeur, representante de Fairtrade en la Argentina, este número es bajo si se compara con la región. "Por ejemplo, Perú tiene más de 125 organizaciones certificadas, principalmente en café y cacao", indica. La explicación que encuentra Salerno para esta disparidad es que, en el país, los productos certificados, en general, son aquellos que se venden al mercado internacional debido al costo y las dificultades técnicas que significan para ciertos bienes y tipo de productores lograr una certificación.
"Considero que en la Argentina se debe trabajar en esquemas de certificación o garantías que permitan a todos los productores que cumplen con los principios del comercio justo poder diferenciarse. Si bien hubo algunos proyectos y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación trabaja el comercio justo, principalmente orientado a cooperativas, no existe una regulación nacional que funcione como las certificaciones", detalla.
Asimismo, Francoeur señala que "la idea es cambiar eso" e insiste en que existen algunas apelaciones por parte de productores regionales o nacionales para certificarse. "Por ejemplo, una cooperativa de apicultores de Santa Fe exporta una parte de su miel a Europa, pero también quiere diferenciar sus ventas internas con el sello. El consumidor argentino parece estar listo para estas diferenciaciones", agrega.
A pulmón y con confianza
En el país, la economía social se basa, sobre todo, en esfuerzos de cooperativas, mutuales, fundaciones y organizaciones civiles que desde hace años están creando circuitos de comercio justo para el mercado interno, principalmente. De esta forma se hacen cada vez más conocidos los espacios de comercialización, como el Mercado de Economía Solidaria Bonpland, en el barrio de Palermo, que vende alimentos orgánicos, artesanías y productos regionales, o El Galpón, en Chacarita.
También están las ferias, como la del Productor al Consumidor de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires; La Bioferia, en Ingeniero Maschwitz, o los mercados de Sabe La Tierra, en San Fernando, Vicente López y Pilar. En el interior también existen las ferias francas, donde pequeños productores venden, sin intermediarios, a los consumidores. "En estos espacios donde todavía no se trabaja con certificaciones de comercio justo, la garantía de los principios está basada en la confianza y en el contacto con el productor", explica Salerno.
María Ángeles Ferrazzini, fundadora de Sabe La Tierra, asegura que la propuesta de estos espacios es volver a generar mercados locales donde esté presente la relación humana en el acto de compra. "Esto significa que el consumidor conozca lo que adquiere al tener contacto con el productor. Detrás de cada uno de esos productos hay historias de vida", dice. A su vez, llama a la reflexión de los consumidores, al considerar que es momento de que se empiecen a hacer preguntas y se tomen el trabajo de informarse sobre qué compran. "No tiene el mismo valor un producto con política medioambiental y social que apoya este tipo de economía responsable que un producto tradicional", indica Ferrazzini.
A partir de la creencia de que estos productos son más caros que los convencionales, desde el sector opinan que esto no siempre es así. De todos modos, más allá del precio a pagar, el movimiento tiene como esencia una responsabilidad social y solidaria, que busca que el productor no se vea perjudicado, y espera que sea el consumidor consciente el que favorezca que el comercio justo continúe creciendo en el país. "El precio barato alguien lo está pagando. Es importante que, como consumidores, tomemos conciencia para generar otra economía", concluye Ferrazzini.
"Nosotros tenemos el proyecto de establecer una organización de comercio justo Fairtrade en la Argentina para hacer difusión y desarrollo comercial de estos productos y concientizar al consumidor argentino", comenta Francoeur. El lanzamiento (fue en junio) del primer vino con certificación Fairtrade para el mercado nacional refleja el inicio de un posible nuevo ciclo cuya esperanza es seguir difundiendo en el país el consumo responsable.
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